Roman Polansky
1967
Esta es otra de las películas que lamento no haber visto nunca en el cine, pero llegó a Chile antes que yo naciera.
Años más tarde, cuando ya tenía 8 de edad, canal 13 la transmitió en la noche y al verla en mi casa tranquilamente, recuerdo quedar fascinado con mi primer encuentro con el tema de los vampiros. Tanta fue mi fijación con una serie de palabras nuevas, como cripta, que mi madre, aburrida, decidió llevarme de paseo al Cementerio General, ese fin de semana. El lugar me pareció increíble, los mausoleos me recordaban las imágenes de la película. Definitívamente yo quería ser vampiro.
Roman Polansky es de esos directores que tienen un hilo conductor en toda su carrera, sus personajes siempre se ven solos en territorio enemigo. No es casual que haya llevado al cine la obra de teatro LA MUERTE Y LA DONCELLA del chileno Ariel Dorfmann. Generálmente usa pocos personajes y estos se ven, por uno u otro motivo, obligados a estar juntos y confinados en un recinto reducido, lo que desata el drama.
En este caso, el profesor y su ayudante se adentran, voluntáriamente, en el dominio de los vampiros, con el objetivo de estudiarlos y terminan sin querer extendiendo la plaga de los chupasangre por todo el mundo. También, siendo yo un niño recuerdo el enfoque totálmente cautivador del personaje de la bellísima Sharon Tate, como una mujer inalcanzable y diáfana.
Como es de esperar, Polansky, no haría una comedia simplecita, trabaja con sumo cuidado la imagen y el mito del vampirismo y les da una dimensión humorística al explotar su androginia. Habitan en un mundo elegante y putrefacto y su coreografía, ataviados con ropas de todas las épocas históricas, los convierte en una mofa de los linajes aristocráticos.
Esta es otra de las películas que lamento no haber visto nunca en el cine, pero llegó a Chile antes que yo naciera.
Años más tarde, cuando ya tenía 8 de edad, canal 13 la transmitió en la noche y al verla en mi casa tranquilamente, recuerdo quedar fascinado con mi primer encuentro con el tema de los vampiros. Tanta fue mi fijación con una serie de palabras nuevas, como cripta, que mi madre, aburrida, decidió llevarme de paseo al Cementerio General, ese fin de semana. El lugar me pareció increíble, los mausoleos me recordaban las imágenes de la película. Definitívamente yo quería ser vampiro.
Roman Polansky es de esos directores que tienen un hilo conductor en toda su carrera, sus personajes siempre se ven solos en territorio enemigo. No es casual que haya llevado al cine la obra de teatro LA MUERTE Y LA DONCELLA del chileno Ariel Dorfmann. Generálmente usa pocos personajes y estos se ven, por uno u otro motivo, obligados a estar juntos y confinados en un recinto reducido, lo que desata el drama.
En este caso, el profesor y su ayudante se adentran, voluntáriamente, en el dominio de los vampiros, con el objetivo de estudiarlos y terminan sin querer extendiendo la plaga de los chupasangre por todo el mundo. También, siendo yo un niño recuerdo el enfoque totálmente cautivador del personaje de la bellísima Sharon Tate, como una mujer inalcanzable y diáfana.
Como es de esperar, Polansky, no haría una comedia simplecita, trabaja con sumo cuidado la imagen y el mito del vampirismo y les da una dimensión humorística al explotar su androginia. Habitan en un mundo elegante y putrefacto y su coreografía, ataviados con ropas de todas las épocas históricas, los convierte en una mofa de los linajes aristocráticos.
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